viernes, 7 de enero de 2011

LA LEY DEL TABACO

HUMO DE ÉPOCA
EVA DÍAZ PÉREZ
LA NIEBLA del tabaco ha pasado a ser un atrezo de época, un elemento vintage de modas pasadas, un detalle de cronotopo que servirá en la literatura y el cine como evocación de escenas antiguas. Y en el teatro aparecerán acotaciones para recrear atmósferas de época: Los personajes entran por el fondo del escenario fumando como se hacía antaño...

El año cero sin humo acaba de inaugurar una nueva época, una frontera higiénica, blanca y aséptica que huye y se espanta de las estancias del pasado, con paredes ahumadas y habitantes con dedos amarillos y nicotínicos. Ah, esos personajes de novelas y cine histórico que son ya los fumadores.

Puede que esta nueva ley los condene, denuncie y lance a patadas a las calles, la soledad y el frío de los balcones. No hay duda de que la mayoría se lo merece por haber impuesto su niebla nociva durante tanto tiempo. Pero puede que esta persecución también los convierta en atractivos personajes novelescos, esos fracasados empeñados en las causas perdidas que tan sugerentes son para los argumentos literarios.

Vagan en esta niebla condenada las escenas que forman ya parte del pasado: Humphrey Bogart con gabardina envuelto en una nube de tabaco negro; una femme fatale con larga boquilla y boca ahumada; las cigarreras de Carmen y Rodrigo de Xerez, que viajó con Colón en la nave capitana y fue el primer europeo en fumar.

No sería mala lectura para estos días la rapsodia irónica y humorística que Cabrera Infante escribió en Puro Humo. Aunque los últimos fumadores pueden repasar un curioso ensayo paródico, Anatomía del tabaco, de Arthur Machen, lleno de apócrifas erudiciones que servirán de tónico salvífico. El protagonista vive en el Londres de 1883 con una dieta de pan seco, té verde y tabaco y muestra que hay «maravillas, secretos, misterios, rarezas y goces incluso en una onza de tabaco de liar» y hasta escuelas filosóficas surgidas en torno a la pipa.

Cada tipo de tabaco marcó una época: fumar un cavendish daba distinción, los egipcios eran los preferidos de la corte austrohúngara, el rapé sevillano –de color amarillo oro– se espolvoreaba en los encajes y el humazo de los cuarterones y los cigarros de picadura llenaron las estancias sórdidas de la posguerra. Atrás quedan las tertulias con cenicero, las habilidades para el tabaco de liar, las curiosas cazoletas de las pipas aristocráticas, las petacas y hasta los coleccionistas de vitolas de puro. Un mundo que desaparece: humo, colillas, ceniza, nada.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 6 de enero de 2011